Meigo creó un perfil falso en la red, con foto y demás; Carlos Andrés Laya, catorce años de edad, bla bla bla, gustos musicales y demás aficiones propias de un adolescente promedio. Poco a poco fue captándolos, metiéndoles ideas en la cabeza y organizando el rollo.
La iglesia de Pozonda quedó echa cenizas. Era una iglesia pequeña pero emblemática por haber sido patrimonio nacional. En la quema participaron entre veinticinco y treinta, el mayor tenía apenas dieciséis. Se comenta que, posterior a la trasmisión de la noticia, hubo intentos, brotes, indicios de otras posibles quemas. Nadie sabe lo que pudo pasar si la policía no hubiese rodeado capillas, galpones, salones, huecos y otros centros de congregación religiosa.
Se dice que en Chirada solo pudieron quemar menos de la mitad de la estructura, pero al sacerdote lo encontraron desnudo y amarrado a una cruz de palo. Por poco se les muere asfixiado por el humo.
Casi todos cayeron presos, solo se salvaron cinco de Pozonda que escaparon monte adentro. Meigo hábilmente cerró a tiempo toda posibilidad de ser rastreado, pero decía estar seguro de que no pararían hasta encontrarlo y que el gobierno, al menos debía saber que, el supuesto Carlos Andrés Laya siempre operó desde Atahualpa.
Entre la paranoia y el peso de conciencia por los muchachos presos y de seguro torturados, la cabeza la tenía a punto de explotar. Apenas dormía, comía poco y volvió al vicio asesino. –Esto no lo aguanto más – Dijo un día – Acabaré con esto…pero lo haré con estilo – y hasta fue capaz de calmarse y planificar la jugada tranquilamente.
-Trina, por favor, deja de llorar, ya te dije que no hay vuelta atrás. En nuestra relación jamás hubo presión de ningún tipo. Esta vez no debe ser la excepción, lo superarás, créeme que lo vas a superar, eres inteligente, bella…eres joven…pero si sigues llorando te vas a poner vieja y fea. Dame la cámara.
-¿Quién va a grabar?
-Un compañero de la movida
-¿El antropólogo?
-El hijo del antropólogo, el hombre es todo un cineasta, he visto su material y me ha convencido…Deja de llorar por favor.
-No me presiones- dice la mujer entre sollozos – Ya dejaré de llorar en algún momento.
A las ocho de la mañana del día siguiente, el hijo del antropólogo y Meigo trajeado de San Nicolás, entraron al excelentísimo colegio “La Asunción de la Virgen”; Nido del opus dei de Atahualpa. Caminando hacia el despacho del padre Mejías, dialogaban:
-Muchacho, quiero que filmes mi interacción con el director. Últimamente nos saludamos muy efusivamente.
-Entendido- dijo el chico mientras observaba con interés la arquitectura del edificio – Bauhaus con pequeñísimos toques de barroco tardío…interesante.
-¿Interesante?… Este lugar es una fábrica de monstruos- y agregó en un tono lacónico -paladines del progreso de la nación. Definitivamente – El compañero hizo un gesto de acidez estomacal y ambos rieron.
Pero… ¿Cómo logró Meigo ser contratado de San Nicolás para el día de navidad, justo allí en el excelentísimo colegio “La Asunción de la Virgen”? Veamos:
Nuestro querido amigo fue, hace tiempo, un destacado estudiante de tan renombrada institución. Eso explica tan desgarrada blasfemia y el perfil psicológico vasto en tuercas y tornillos desajustados. Pero bueno, vamos al punto; Días atrás nuestro personaje apareció bien vestido y peinado en la entrada del colegio:
-Buenos días, soy Franco Escobar, promoción del noventa y seis. Vengo a hablar con el padre Mejías.
-Deme un segundo. Consultaré- Dijo el guardia mientras marcaba el teléfono.
-Dígale que lo busca Meigo
-¿Perdón?
-Que lo busca Meigo. Meigo Escobar.
Cinco minutos más tarde el exalumno destacado estaba sentado en el despacho del padre Mejías.
-Hoy mi dios ha despertado en gracia y ha enviado a un ángel de su primer anillo de seguridad.
-Padre Mejías.
-Franco Javier Escobar Ríos, hijo mío, bienvenido a casa. Toma asiento ¿Café o jugo de naranja?
-Ambos mi estimado padre. Permítame decirle que luce usted como un roble y sigue tan apuesto como cuando enseñaba matemáticas.
-No sigas muchacho que me pongo al rojo vivo.
-Precisamente, he venido a contarle que anoche soñé con usted.
-¡Oh vamos! ¿Qué dices? Adelante, anda, cuéntame ¿Qué esperas?
-¿Está seguro de que quiere escuchar la historia, padre?
-Pues claro que quiero, anda, cuéntame que me muero de intriga
-Caminaba por la selva padre mío y, me sentía solitario, perdido…Luego sentí el sonido de una cascada. Caminé y allí estaba usted…
-Pero ¿Por qué te detienes? Continúa Franco, por favor.
-Usted estaba desnudo tomando un baño y me pidió que lo azotara Padre mío – La cara del director del colegio se encendió de lujuria – y cuando iba yo a darle el primer azote me desperté ¿Puede usted creerlo?
-Déjame adivinar. Has venido a azotarme en persona.
-Solo si usted lo permite.
No era la primera vez que para conseguir algo, Meigo concedía favores sexuales a gente poderosa. Entre penetrar o ser penetrado no había gran diferencia. Esta ligera moral sexual era típica en muchos de los egresados del colegio.
-Y dios sabe que esta navidad me encantaría hacer de Santa Claus para los niños del colegio; mi segunda casa, el lugar donde aprendí a ser de trabajo y ciencia.
-Mi querido Meigo, estas contratado.
Llegó el día. Aquella radiante mañana de navidad, Meigo sudaba dentro del impecable traje de San Nicolás. No muy lejos el hijo del antropólogo hacía un plano cerrado del enorme reloj ubicado en lo alto del patio principal y abría el zoom lentamente mostrando la totalidad del recinto, donde inútiles y ostentosos juguetes llenaron manos suaves y torpes de engendros infantiles.
Era el día de las sonrisas contraídas en somas de vida muerta. La hora de las hallacas saladas y demás bollerías desapareciendo dentro de los cuerpos pre diabéticos. Cada cual guardaría el recuerdo de haberse sentado en las piernas de Santa Claus y haber recibido el regalo deseado…y todo ocurriendo allí, en el mismo sitio donde a Meigo, veinte años atrás ya le habían quitado las ganas de vivir. Había razones de sobra para dejar una repugnante cicatriz en el regordete y pálido rostro del colegio más importante de la aristocracia industrial y financiera de Atahualpa. Esto sí que sería un buen regalo de navidad.
-Es hora muchacho sígueme.
Para evitar llamar la atención y neutralizar posibles sospechas, tomaron una vereda que conducía al área administrativa. Subieron al primer piso y entraron por un pequeño pasillo que daba a una ventana, frente a la que había un árbol que bloqueaba la vista al área deportiva. Pasaron de la ventana al árbol y bajaron sin dificultad. Meigo miró el reloj.
-Tenemos exactamente veinte minutos antes de que seguridad haga la ronda. ¿Qué hay del material?
-No hay desperdicio- Dijo el hijo del antropólogo con cierta tristeza. Siempre había guardado hacia Meigo cierto cariño y admiración. Pensó en comentárselo pero calló.
-Lo importante es que quede evidencia irrefutable de que todo sucedió dentro del colegio – Le advirtió mientras le ponía en las manos un grueso fajo de billetes.
-Ya lo he comprendido, te puedes ir tranquilo.
Atravesaban un despejado y hermoso campo de futbol desde donde se apreciaba una panorámica total de la ciudad cuando el muchacho se detuvo bruscamente e interpeló a Meigo:
-Pienso que no debes hacerlo
-Pero ¿Qué dices?- Respondió Meigo reanudando la marcha – Vamos que se hace tarde.
-Meigo. Un momento, detente.
-No es hora de detenernos, no aquí en medio del campo de futbol, supongo que puedes hablar y caminar.
-No quiero, detente, escúchame.
-¿Qué te pasa?
-Vámonos a la selva, allí viviremos felices con la gente de la movida. Nos iremos y no volveremos jamás
-Tu no entiendes nada muchacho, te acordarás de mí, de aquí saldrán los que irán a la selva a masacrarlos a todos
-Espera un momento, toma el dinero. No me interesa, me largo.
-Un momento muchacho, un momento- dijo el hombre devolviéndose rápidamente –Veo que no tienes idea de todo lo que he tenido que tragar antes de llegar a este punto.
-Hermano, vamos a la selva con Medusa y los demás.
– ¡Que no muchacho! – exclamó, mirándole con aquellos ojos inundados de una angustia de siglos. Luego giró y siguió – Vete y quédate con el dinero.
-Si cambias de opinión estaré acá esperándote.
El muchacho salió del campo, se sentó bajo la sombra de un árbol y vio a Meigo desaparecer tras la puerta del baño. La jeringa fue llenada, el brazo fue ajustado con el cinturón y la vena brotada recibió el puyazo asesino. El caldo tibio entró al cuerpo y veinte segundos después, el rostro verde sapo, los ojos agitados como queriendo saltar al aire y luego muy quietos y desencajados.
Afuera, una ráfaga de viento estremeció el follaje haciendo caer una decena de hojas. Luego todo quedó inmóvil y un tronco seco cayó con fuerza al suelo. El hijo del antropólogo se puso de pie, camino hasta el baño y allí estaba San Nicolás muerto. Por una de las comisuras de la boca le colgaba una babilla verde.
El lente de la cámara cerró el zoom en la inyectadora que brillaba sobre el suelo, subió lentamente por el brazo, se detuvo en el rostro y contó hasta cinco antes de culminar el recorrido en el gorro y abrirse muy lentamente hasta mostrar la tragedia a cuerpo completo.
El chico salió del colegio sin problemas, tomó un autobús al centro y alquiló una habitación cancerosa en el hotel Acuario. Al entrar a la pieza vomitó profusamente, revisó la grabación y pensó << Ni siquiera necesita edición, es una lástima que no pueda poner créditos >>. De inmediato encendió el ordenador, introdujo los datos que le dio Meigo y reactivó la antigua cuenta de Carlos Andrés Laya.
“San Nicolás murió de sobredosis en Atahualpa” era quizá un nombre largo para una pieza que prometía ser viral, pero no había tiempo para pensar en el título perfecto, así que le dio al botón y subió el material a la red. En pocas horas el morbo del público hizo el resto. Esa tarde el hijo del antropólogo partió a la selva y no regresó nunca más.
Ramón Ramón